jueves, 6 de noviembre de 2008

Y ahora, la gente


Y AHORA, LA GENTE



Rafael González Jiménez
De SOLMAN

Pocas veces en los últimos años, tal vez en el último siglo, se ha producido un acontecimiento que haya suscitado tanta expectativa, tanta ilusión y tanta esperanza. Me refiero, cómo no, a la victoria de Barack Obama en las recientes elecciones estadounidenses, acontecimiento que no sólo ha arrastrado el entusiasmo del pueblo norteamericano sino que –como corresponde a su estatus de “imperio mundial”- ha despertado un interés planetario sin precedentes. Dicho interés, no me cabe duda, está relacionado con la percepción que gran parte de la ciudadanía tiene del momento histórico que nos ha tocado vivir, momento caracterizado por la profunda “crisis”, no sólo económica, en que nos hallamos inmersos y que parece –o así lo auguran muchos analistas- anunciar un cambio de era donde pueden venirse abajo no pocos de esos dogmas que han marcado nuestra trayectoria política y económica en las últimas décadas.

Desde luego el señor Obama se enfrenta a un reto enorme. Reparar los estragos causados en los propios Estados Unidos y en tantas otras partes del mundo por la administración que ahora termina su mandato (¡ya era hora!) no será chica tarea. Lidiar con los tiburones de Wall Street, con las más poderosas multinacionales y con los lobbys financieros que, aunque tocados por la crisis, querrán seguir montados en el machito haciendo caja a toda costa, tampoco le resultará fácil. En cualquier caso pronto veremos la fuerza, capacidad y determinación del nuevo presidente, y hasta qué punto se van cumpliendo o frustrando las expectativas despertadas.

Pero bueno, esto es lo que dice todo el mundo y no añade nada nuevo a un debate que, de un modo u otro, se irá resolviendo en los próximos meses, consolidando o no el significado de esa palabra mágica que, en gran medida, ha hecho triunfar a Obama: “el cambio”. Sin embargo hay un detalle importante que, a mi juicio, no se está considerando con la relevancia que merece y que me gustaría destacar aquí: ese cambio -tan necesario para muchos entre los que desde luego me encuentro- nunca será posible si la gente no lucha, no luchamos, por él de forma decidida, organizada y responsable. Nuestro futuro, el futuro del mundo y la viabilidad de una vida digna y posible para nuestros sucesores, son asuntos demasiado serios para dejarlos en las exclusivas manos de los políticos.

El nuevo presidente de los Estados Unidos, como otros líderes y dirigentes mundiales, no son nada sin el empuje y la decisión clara y permanentemente manifestada de sus pueblos. Nuestra postura “política” (en el mejor sentido de esta palabra) no puede limitarse a depositar una papeleta de voto cada cierto tiempo, esperando que el candidato elegido resuelva, con una especie de varita mágica, toda la problemática económica, social, medioambiental… acumulada. La capacidad de apoyar, criticar, reorientar, oponerse.., en definitiva participar activamente, decisivamente, en las propuestas y acciones que a todos nos afectan, está en nuestras manos. Pero para ejercer ese poder deben cambiar algunas actitudes de la gente, bien arraigadas, para nuestra desgracia, a lo largo de estas décadas de capitalismo salvaje. Entre ellas el mito del “crecimiento” continuo, basado en una producción y un consumo ilimitados aunque inviables; ese hedonismo radical y postmoderno sustentado en una concepción más que discutible del placer y la diversión; el individualismo profundo, que perpetúa el error liberal de que a todos nos irá mejor si cada uno se dedica exclusivamente a defender sus propios intereses (los jueces a sus reivindicaciones y sus plantes, los camioneros a los suyos, y los pescadores, sanitarios, obreros industriales de empresas de automoción, policías.., en fin, todo titirimundi a su puñetera bola), etcétera.

Coincido con la mayoría en considerar el momento actual como “histórico” (aunque ello no deje de ser una perogrullada: todos los momentos son históricos), en el sentido de que, por las conocidas circunstancias en que nos encontramos, tal vez se nos ofrece una oportunidad de oro para variar significativamente la marcha de los acontecimientos hacia rumbos de mayor sensatez, equidad y verdadero desarrollo humano.

Pero, ya digo; creo que eso sólo será posible si nos ponemos todos a ello, intentando cambiar el “yo” por el “nosotros”, lo “mío” por lo “nuestro”, el “tener” por el “ser”… Que a Obama, y a todos los obamas que puedan ir saliendo, habrá que empujarles un poquito, ¿no? Y para empezar, a ver cuántos podemos juntarnos el próximo sábado 15 de noviembre, a las 5 de la tarde, en los jardines del Torreón, para decir alto y claro que la crisis -por variar un poco- la paguen los que la han provocado… y no los de siempre.